Quizá tenía demasiadas expectativas a cuenta de las numerosas reseñas favorables, quizá esperaba que llevara su premisa a un terreno de exploración sociopolítica más allá de las intrigas cortesanas, quizá no he entendido bien sus conceptos más avanzados, como el dichoso “shifgredor”… Quizá haya sido todo eso al mismo tiempo.
Vuelvo a Ursula K. Le Guin con su novela más emblemática, señalada como una de las cumbres de la ciencia ficción, en la que presenta una raza que carece de sexos diferenciados y puede pasar de uno a otro en función del tipo de emparejamiento.
Y, sin embargo, nada más terminarla sentí deseos de volver a leerla, de dejarme llevar otra vez por su magnífica escritura, por los aforismos de los “handdaratas” o las más de cien páginas del viaje desesperado que emprenden los dos protagonistas en un paisaje helado y hostil y su brillante y minuciosa descripción de su día a día físico y anímico, en un canto a la empatía que se va fortaleciendo entre ambos.
Quizá leyendo más a Ursula K. Le Guin aprenda a ser mejor lector e incluso mejor persona. Porque, sin duda, siempre tiene algo que decir y sabe cómo hacerlo.
Pedro Rivero