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A CUENTA DE “THE LIVERPOOL BASQUE”  (HELEN FORRESTER 1993)

Mi abuela era liverpoolina o liverpoolesa, que no sé cómo se dice el gentilicio. Repetimos, que he mirado google: mi abuela era liverpolia, liverpolita o liverpuliense. Nació en la ciudad del Mersey como los fab four. Aniceta María del Pilar Silva Abaitua nació el 13 de octubre de 1876 en el condado de Lancaster. Lo sé porque encontré su certificado original de nacimiento en un cajón de mi casa cuando intenté explicar y explicarme quién fue mi abuelo Ramón, protagonista de un elocuente vacío en mi vida. Creo recordar que decía mi padre que los Silva fueron carlistas y en la guerra escaparon de Bilbao a Inglaterra. Cuando escribí sobre mi abuelo Ramón, por tanto, indagué todas estas cosas. Quise saber si la abuela Pilar tenía que ver con Eulalia Abaitua, la genial fotógrafa vasca, y del estudio de los registros religiosos que hay en internet concluí que aunque el apellido viene de Munitibar, el parentesco no era cercano. Lo curioso es que la familia de Eulalia también pasó una temporada en Liverpool, lo cual es significativo. Mi abuela tuvo muchos hermanos, dos de ellos famosos futbolistas del Athletic que debieron aficionarse al balompié en la cuna del deporte, y hoy todavía debe de haber Silvas en Liverpool. He mirado un poco en internet y veo que hubo una colonia de vascos, de españoles, allí, relacionada con la actividad naval y marinera y no solo con el exilio de los liberales, como el de Espronceda, que recaló en Londres.

Así que mis indagaciones internáuticas me llevaron a un grupo de Facebook de españoles en Liverpool y a abundante material sobre esa ciudad como destino de españoles. Y a una novela sobre el tema. The Liverpool Basque de Helen Forrester, libro que conseguí a través de, bingo, Iberlibro.

La wiki nos dice que Helen Forrester fue el seudónimo de June Bhatia, una autora inglesa conocida por sus libros sobre su primera infancia en Liverpool durante la Gran Depresión, así como por varias obras de ficción. Murió en 2011 a los 92 en Canadá y es doctora honoris causa de las universidades de Liverpool y Alberta, Canadá. Sufrió la pobreza y la guerra mundial que la marcó especialmente. Sobrevivió al Blitzing de Liverpool y perdió dos amantes en la guerra mundial.

Hay una obra de teatro By The Waters of Liverpool basada en una obra suya que ya anuncia las fechas en que podrá verse en 2023.

La novela es por tanto un reflejo de su vida, las dificultades económicas, las guerras del siglo XX. El dato curioso es que los protagonistas, los Barineta, son vascos, se sienten vascos y hablan en euskera, aunque fueron los abuelos, creo que provenientes de Elantxobe, los que ya recalaron en la ciudad inglesa. Nos habla la novela de una comunidad de vascos, una comunidad un tanto fantasmal, pues apenas se la describe. Y nos cuenta por encima las actividades relacionadas con la mar de la familia, y las andanzas de un chaval, Manuel Barineta Echaniz, el nieto, cuyo barco es torpedeado durante la segunda guerra y recala en Canadá y se enamora de su enfermera. La novela está contada en parte en primera persona por él a través de un manuscrito que quiere entregar a su hija e intercala pasajes de la vida de la familia con la vida anciana de Manuel.

Me cuesta leer en inglés y había dicho a Alberto que en quince días haría una reseña, pero ya ha pasado mes y medio. Es que además es todo tan previsible, tan anodino. La vida en Liverpool, los escenarios físicos, apenas se describen, y solo atendemos a los episodios más o menos insulsos de un niño hijo de emigrantes, la escuela, la familia, las tareas, y poco más. La autora sí nos narra algunos episodios dramáticos: el abuelo se da un tantarantazo arreglando no sé qué y se parte la crisma, el padre desaparece en un naufragio sumiendo a la familia en la miseria. Y finalmente, Manuel y su amigo euskaldun Arno, reunidos de nuevo ya mayores, se disponen e a cruzar la carretera y son embestidos por un enorme camión, episodio que pone fin a esta novela sigloveintesca. Y no me digas spoiler que no la vas a leer.

Son simpáticos por estrafalarios los episodios relacionados con Euskal Herria. La familia, vizcaína, añora siempre los Pirineos y viaja en una ocasión a las montañas donde el niño toma leche de las ovejas de su pariente en una cabaña en el monte, y txakolí después de jugar al frontón en Bilbao. Un buen día un barco de una familia de refugiados que huyen del bombardeo de Bilbao llega a la casa de los Barineta, que acogen huéspedes en su casa. Una de las huidas está malherida, tiene la cara destrozada, por lo que muere al de pocos días de septicemia. Quanito vengará su muerte y luchará por la libertad de su pueblo matando nazis en España.

¿Por qué elegimos una lectura? Si eres muy forofo de Athletic fácil que leas el libro sobre Muniain, si eres físico te llegará al navegador lo último de Neil Turokl. Si tienes una abuela nacida en Liverpool y has vivido en Elantxobe es muy difícil que si sabes de él no leas este libro (en algún sitio he leído que la familia proviene de Elantxobe). Nuestro interés por lo familiar, por lo cercano, por la canción conocida es una consecuencia de la inercia, de la pereza. Es el Sweethomealabamismo, solo oímos una canción de Lynird Skynird, Sweet Home Alabama, pese a tener un buen puñado de temazos. Parece que estamos cómodamente instalados en un mullido sofá ante un hipertexto que cambia adaptándose a nuestra medida. Hace unos años era muy improbable que supiera de esta novela. Ahora ha sido sencillo encontrar un libro en papel editado en 1993, porque había datos sobre él en una página sobre españoles en Liverpool y lo ofrecía alguna librería adherida a Iberlibros. Mi pregunta es si pese a tanta información nuestro panorama no es paradójicamente más limitado, más endogámico. Un día el hipertexto total tendrá tantas coincidencias con nuestros datos biográficos que no saldremos apenas de ellos, profundizando, ahondando un agujero que no se ensancha igual que llevamos una década en spotify oyendo música emparentada con la que oíamos de joven, el rock sinfónico. Qué es ahora la cultura sino un enorme streaming con textos a la carta que no son sino un espejo caleidoscópico de nuestros gustos. Y eso ahora pero espera a que todos los textos estén indexados y combinados con la huella que dejamos en el big data. Imagina dentro de unos años que este libro me lo hubiera sugerido Facebook en sus anuncios porque sabe que tengo una abuela nacida en Liverpool o porque he andado mirando el citado grupo de facebook. Y mañana me hablarían de surf o de la guerra de mi padre.

Imaginemos que en Luzón el curso es de cinco meses, y que en una carrera de cinco años un mes se destinara a que cada uno estudiara lo que quisiera el primer año, dos meses el segundo y así hasta que al cabo de cinco años los alumnos estudiarían lo que quisieran. El de Elantxobe estudiaría sobre Urdaibai, el futbolista sobre el Athletic, la hija de un arquitecto sobre arquitectura.

Imaginemos una librería hecha a base de nuestros gustos, de nuestros datos, de aquello que tenemos presente. Yo leería la historia de una familia de vascos en Liverpool.

En una librería se refleja el criterio de editoriales, libreros, el mercado, pero encontraremos obras que no son las que andábamos buscando, nos asaltarán por uno u otro motivo, una solapa, una portada, el modo en que se han ubicado. El azar. El consejo.

Pero en nuestro acceso a la cultura quizá pronto todos los días será el día de nuestro cumpleaños y leeremos solo los caprichos, lo que tenga relación con nuestra historia, con nuestros datos, con nuestros gustos anteriores, lo cercano y familiar. Aquello que reconforte nuestra propia estima.

No tiene por qué ser así pero tal como están las cosas organizadas ahora hay una fuerza muy grande para que no salgamos de nuestro agujero por un lado y sin embargo nos creamos los más cultos y mejor informados de la historia.

La posibilidad del encuentro por azar, del encuentro de algo totalmente desconocido o que no tiene relación con nuestra biografía es menguante. La posibilidad del método también se reduce.

La información es total pero el acceso a cosas ajenas a nuestro mundo disminuye. No tenemos suficientes años de vida para terminar de curiosear en nuestro entorno más cercano. De satisfacer los caprichos. El gusto por lo afín. Familiares, barrio, gustos de la infancia o adolescencia. Y se reducen por comodidad nuestra y por interés. Mercantil. Lo que nos tiene ajenos a la realidad, diría ya viendo oscuras tramas.

El otro día leí el artículo de Reverte.

“Hace treinta años, cuando publiqué El club Dumas, mi intención era reivindicar la novela entonces aún llamada popular frente al esnobismo elitista y estúpido de quienes trazaban líneas divisoras entre alta y baja literatura. Aquella historia de bibliófilos y cazadores de libros era y sigue siendo una especie de manifiesto contra quienes, autores y críticos enseñoreados de revistas literarias y otras Bobalias españolas, se empeñaban entonces en obligarnos a los novelistas a escribir como Faulkner y Benet, que no se les caían de la boca; en ensalzar el estilo –cuanto más aburrido, mejor– y despreciar la trama, glorificar inmensos peñazos que ellos catalogaban de alta literatura –un minimalista lapón, un birmano imprescindible– y despreciar cuanto narrase historias. Esa panda de gilipollas, los supervivientes o sus discípulos, sigue ahí, queriendo imponer su canon aunque ya nadie les haga ni puñetero caso. Pero en su momento causaron daño, haciendo desertar de las librerías a infinidad de lectores. Ahora suena raro, mas conviene recordar que por aquellas fechas, no tan lejanas, autores como Stefan Zweig, Jack London, Joseph Conrad, Somerset Maugham o Le Carré, por no hablar de Agatha Christie, Eric Ambler, Dumas o Conan Doyle, eran considerados menores, de viajes y aventuras, policíacos y tal. Morralla, vamos. O como se decía entonces despectivamente, literatura de kiosco. Y sí, ahí están las hemerotecas. He escrito Zweig y Conrad. Y muchos otros.

Pero hay que ver, y a eso iba, cómo han cambiado las cosas. El canon. O los nuevos y variados cánones de Navarone. Los grandes autores y obras de toda la vida –Dostoievski, Tolstoi, Stendhal, Mann, Dickens, Galdós– siguen ahí, naturalmente, indiscutidos e indiscutibles; pero la novela que en los años 70 y 80 los suplementos culturales consideraban de moda y altamente recomendable ni está ni se la espera: falleció de muerte natural.

Tampoco el público lector es el de antes- afirma Reverte-  y ahí radica una de las claves del asunto. A base de leyes educativas infames, gobernantes analfabetos, editoriales oportunistas y novelistas de la tele, las grandes obras maestras se han convertido en materia exquisita, casi críptica para algunos. Eso, que no es bueno, tiene un lado positivo: al bajar el nivel de exigencia de muchos lectores, diversos autores y obras antes considerados de segunda categoría son aceptados ahora sin complejos por el gran público. Se han vuelto textos de primera línea e incluso de moda; y a eso ayudan las adaptaciones al cine y la televisión. Sherlock Holmes, Hércules Poirot, Perry Mason, gozan de una afortunada segunda vida: se les hace al fin justicia, no sólo por los verdaderos lectores, sino por el público audiovisual de hoy, incluidos –detalle importante– quienes nunca abrieron un libro. Quizá pocos sepan ya qué personajes habitan Yoknapatawpha o Región; pero raro será que desconozcan a Arsenio Lupin, Philip Marlowe o James Bond. Es la venganza de D’Artagnan”.

En Yonkokatew viven los Sartoris, Reverte, fantástica primera novela de uno de los pocos Nobel que se dicen merecidos, lo recuerdo pese a que hace cuarenta años que leí algunas novelas de Faulkner. Y viven los Snopes, que es lo que es Reverte, un garrulo, un Snopes de puta madre, eso sí, con una biblioteca de 32.000 monovolúmenes aunque a mí me da que son esos libros que solo tienen el lomo para simular mayor profundidad de la habitación y todavía no se lo han dicho. Hay que tenerlos bien gordos para presumir de libros hoy, si los chavales te ven leyendo y se te acercan porque no tienen ni cómo comprarlos ni dónde ponerlos.

Ortega dio en el clavo en su Deshumanización del Arte de 1925: “Del mismo modo, quien en la obra de arte busca el conmoverse con los destinos de Juan y María o de Tristán e Iseo y a ellos acomoda su percepción espiritual, no verá la obra de arte. La desgracia de Tristán sólo es tal desgracia y, consecuentemente, sólo podrá conmover en la medida en que se la tome como realidad. Pero es el caso que el objeto artístico sólo es artístico en la medida en que no es real.
Pues bien: la mayoría de la gente es incapaz de acomodar su atención al vidrio y transparencia que es la obra de arte; en vez de esto, pasa al través de ella sin fijarse y va a revolcarse apasionadamente en la realidad humana que en la obra está aludida. Si se le invita a soltar esta presa y a detener la atención sobre la obra misma de arte, dirá que no ve en ella nada, porque, en efecto, no ve en ella cosas humanas, sino sólo transparencias artísticas, puras virtualidades.
Productos de esta naturaleza sólo parcialmente son obras de arte, objetos artísticos. Para gozar de ellos no hace falta ese poder de acomodación a lo virtual y transparente que constituye la sensibilidad artística.
Basta con poseer sensibilidad humana y dejar que en uno repercutan las angustias y alegrías del prójimo.
Se comprende, pues, que el arte del siglo XIX haya sido tan popular: está hecho para la masa indiferenciada en la proporción en que no es arte, sino extracto de vida. Recuérdese que en todas las épocas que han tenido dos tipos diferentes de arte, uno para minorías y otros para la mayoría, este último fue siempre realista.
El arte nuevo es un hecho universal. Desde hace veinte años, los jóvenes más alertas de dos generaciones sucesivas —en Paris, en Berna, en Londres, Nueva York, Roma, Madrid— se han encontrado sorprendidos por el hecho ineluctable de que el arte tradicional no les interesaba; más aun, les repugnaba. Con estos jóvenes cabe hacer una de dos cosas: o fusilarlos o esforzarse en comprenderlos. Yo he optado resueltamente por esta segunda operación. Y pronto he advertido que germina en ellos un nuevo sentido del arte, perfectamente claro, coherente y racional. Lejos de ser un capricho, significa su sentir el resultado inevitable y fecundo de toda la evolución artística anterior. Lo caprichoso, lo arbitrario y, en consecuencia, estéril, es resistirse a este nuevo estilo y obstinarse en la reclusión dentro de formas ya arcaicas, exhaustivas y periclitadas.
Lo importante es que existe en el mundo el hecho indubitable de una nueva sensibilidad estética”
.

Quizá no se trata de alta y baja literatura como dice Reverte sino de arte experimental y popular, que diría Oteiza. El artista experimental da las herramientas para que se exprese el artista popular y cuando el artista experimental trabaja en su laboratorio parece que la expresión se interrumpe, que no se producen nuevas obras de arte. El arte, la estética, es el modo para la toma de conciencia de la realidad a que nos empuja el sentimiento trágico de la vida, me parece que sostiene Oteiza en sus Ejercicios, en sus Leyes del cambio. Y es que no hay tramas sin estilo, una historia nueva si es con el viejo estilo es una trama vieja. El Quijote, El Lazarillo, encontraron formas de expresión aún válidas pero nuevas en su momento. Autores como Reverte quizá cuenten la misma historia de siempre, ahora vascos en Liverpool, ahora espadachines del imperio español, que no lo sé porque yo me limito a intentar encontrar algún artículo interesante del cartaginense, cartaginés, cartagenero.

No me parece demasiado aventurado afirmar que no hay Monterroso ni hay Cunqueiro sin Joyce. Las vanguardias del siglo XX crearon las herramientas para que literatos como el de Tegucigalpa y el de Mondoñedo o juntaletras como Reverte, cuenten cosas. Otra cosa es que se les ponga la etiqueta y se venda como mercancía. Pero no es nuevo ni propio del siglo XX, pronto hará seiscientos años que murió Góngora aunque seguramente no tendremos un nuevo 27 porque miraremos para otro lado. Estamos intentando digerir todas las tramas manidas del mundo, esas que pensamos que nos hacen tan cultos y que hablan de nosotros. Aquí ensalzamos a Revertes y Falcones, a Totis y sus templarios de toda la vida de casa, y no nos convence que las cosas se cuenten de otra forma.

Total, lo he leído. Me he aburrido. Y no meterse con Faulkner.


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Escribir es una de las cosas que me hace sentir bien, que me hace sentir. Fanzine Uhane, Sifón y ahora Vaga. Y algunos libros autoeditados: Doloras y más cosas, Los Papeles del abuelo y Marmar. También he realizado un documental, Itsasoan.

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